La ambición de su padre, que quería que sus hijos fueran grandes artistas de la música, le llevó a estudiar en el Conservatorio de Lieja siendo solo un niño. Afortunadamente, Cesar tenía un gran talento para la música, así que no tuvo muy difícil destacar entre los demás alumnos. Llevado de esa ansia, el padre decidió trasladar a toda la familia a París, donde esperaba encontrar mayores oportunidades para su aventajado hijo.
Para poder matricularse debía obtener la nacionalidad francesa, lo cual logró a los 14 años, entrando en el prestigioso Conservatorio de música de París. Hasta los 24 años siguió los dictados de su padre, pero en 1846 discute violentamente con él a causa de su noviazgo con una de sus alumnas; el padre, temeroso de perder la gallina de los huevos de oro se niega a su compromiso. Cesar se casa con ella y se va de la casa paterna, iniciando una época gris y sin destacar como compositor durante años, dedicándose a tocar en orquestas sin impostancia con el único objetivo de sacar adelante a su familia.
Su vida cambió cuando le ofrecieron el puesto de organista en la basílica de Santa Clotilde en París, permitiéndole mostrar a toda la ciudad sus capacidades musicales, tanto como organista como compositor de maravillosas obras sacras, sonatas, sinfonías, óperas, música de cámara, oratorios, etc.
Tras ser nombrado profesor de órgano en el mismo Conservatorio donde estudiara de joven, y en plena madurez, se desarrolló plenamente su talento musical, con numerosas piezas que le llevarían a ser conocido en Francia e internacionalmente. Por desgracia, a los 68 años su salud se resintió, lo suficiente como para fallecer de una pulmonía en 1890.
“Panis Angelicus” es la musicalización que Cesar Franck realizó en 1872 a los versos de Santo Tomás de Aquino, un himno al Corpus Christi, muy adecuado para estas fiestas navideñas pese a no ser ese su origen, y en la voz de Andrea Boccelli..
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